Lo escribió Félix Grande en unos versos (portentosos) de su libro Música amenazada: “Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta / El tiempo habrá labrado,/ paciente, tu fracaso / mientras faltabas, mientras ibas / ingenuamente por el mundo / conservando como recuerdo / lo que era destrucción subterránea, ruina”. Ok. De acuerdo. ¿Y qué ocurre con los lugares donde hemos sido profundamente desgraciados? ¿Merecen volver a ser visitados? La respuesta a esta pregunta depende del carácter personal de cada cual, que, como sabemos desde Heráclito, es la ecuación secreta de nuestro destino, esa incógnita sin solución. Hay quien piensa que sí: que todo lo vivido de verdad, a fondo, merece resucitar de alguna u otra forma mediante al ejercicio prodigioso de la memoria. Otros, escépticos, coinciden con la visión de Grande: la vida nunca se repite nunca igual y, justo para soportar tan amargo trance, es necesario desprendernos de las cosas y hasta de las personas sin demasiados ceremoniales. Sin lágrimas. Sin nostalgias. “Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo”, escribió Marco Aurelio en sus Meditaciones.
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