Viajar es una forma de resolver un malentendido, solventar una incógnita o descifrar un enigma, formulado probablemente frente a un espejo, un mapa, un nombre o una latitud muchos años antes de poder siquiera ensayar una respuesta, en ese tiempo borroso que es la infancia. Hay otras formas de hacer lo mismo, pero no son ni la mitad de fascinantes. Salimos de casa para conocer lo que de antemano sospechamos que quizás no exista y otros nos han presentado como cierto. En el tránsito hacia ese destino, que con frecuencia se llama decepción, nos topamos con nosotros mismos. Es entonces cuando acontece la mística del nómada, la epifanía de la que Cees Nooteboom (La Haya, 1933) ha hecho la guía de su vida y, por fortuna para sus lectores, también su profesión. El escritor holandés, autor de una honda literatura sobre la identidad humana, formulada a partir del ejercicio del movimiento perpetuo, recibió ayer el Premio Formentor de las Letras 2020. El galardón, que le ha llegado antes que el Nobel, en cuyas quinielas figura recurrentemente, viene a reconocer una trayectoria literaria deslumbrante –medio centenar de libros de poesía, ensayos, viajes, traducciones– que tiene su motor en la paradoja que consiste en aceptar que para conocernos realmente debemos dejar de ser lo que nos dicen que somos y abrirnos al mundo, que nos explicará quiénes somos. De lejos, ya se sabe, las cosas se ven mejor.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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