La muerte, además de un misterio y una desgracia, o ambas cosas al mismo tiempo, es sobre todo un ritual. La expresión social de una ceremonia milenaria. Una despedida ancestral donde la mayoría de las veces somos testigos y sólo una –aquella que nos está vedado contemplar– los protagonistas. No es de extrañar que sea un hábito común a todas las culturas. Enterrar, llorar y rendir homenaje a los muertos es una forma de civilización que muestra valores compartidos y resume las respuestas –en general estériles– que en distintas épocas y diferentes contextos históricos el ser humano crea para enfrentarse al gran misterio: ¿qué sucede cuando el cuerpo perece? ¿Existe el alma? A falta de una respuesta, las religiones, que durante siglos han estado ocupándose de los sepelios con la misma devoción que dictaban la moral o registraban los nacimientos en sus incunables de parroquia, establecieron cánones y reglas para dar sepultura a los difuntos. Son las leyes de la muerte oficial, por así decirlo.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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