Uno de los delirios más extendidos entre la izquierda posmoderna, cincelada a partir de la libre interpretación de los sectarismos de la vieja, consiste en esa creencia (adolescente) de que la suma de determinadas minorías sociales, sea por acumulación o adición (por supuesto interesada y, en buena medida, arbitraria), termina configurando una mayoría hegemónica. No existe creencia más estúpida: la política, al contrario que la aritmética, no funciona con los parámetros (exactos) de la ciencia. Por mucho que bufen los politólogos, dos y dos no siempre suman cuatro. Y son los matices quienes destruyen las grandes categorías. El fenómeno tiene su origen en el singular proceso de aggiornamento del PSOE indígena y explica el travestismo zen de la siniestra neocomunista. Ambos sostienen, en contra de las evidencias, que todas las personas tenemos una identidad dominante que es antagónica a todas las otras posibles. Y lo dicen mientras predican la (imposible) diversidad de las sectas. Ninguno de estos cráneos privilegiados entendió a Walt Whitman, el gran poeta temprano del prosaísmo, cuando proclamó: “I Contain Multitudes” (“Yo soy multitudes”).
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.