Una batalla política siempre conduce a la siguiente y, como escribió Malraux, quizás existan las guerras justas, pero es harto dudoso, o directamente imposible, que los ejércitos que deben librarlas e intentar ganarlas vayan a ser honorables. Ninguna guerra tiene más reglas que el triunfo, el único atributo que permite dictar la ley de la victoria. La consumación aritmética de la investidura, sustentada en la amnistía de los independentistas encausados, una negociación para la concesión a la Generalitat de todos los tributos estatales, la condonación del 20% de su deuda (con sus intereses) y otras cuestiones, ha permitido refrendar al presidente y, por tanto, tener un Gobierno, pero no parece probable que traiga un armisticio entre los distintos bandos políticos. Ni entre los socios de Sánchez, que extenderán sus exigencias a toda la legislatura, que acaso no dure más de dos años dada la minoría de PSOE y Sumar, ni con el PP. La gran paradoja del pacto de Bruselas entre los socialistas y Junts es que, al admitir el PSOE que las acciones de los independentistas son lícitas debido a la existencia de un “conflicto político”, en lugar de cometer los delitos de sedición y malversación, como sentenció el Supremo, abre una espiral de sucesivas contiendas en el resto de los territorios de España.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.