Los socialistas indígenas mantienen una relación ambivalente y contradictoria con las masas. Cuando dos o más personas se congregan para aplaudirles piensan que son los protagonistas de la democracia o los héroes de una gesta colosal, como evidencia su (interesado) relato sobre la Santa Autonomía, que los sostuvo –con la ayuda fenicia del clientelismo– durante 36 años en el Quirinale. Si la reunión se opone a sus caprichos –véase la cofradía patriótica de este lunes en la calle San Vicente de Sevilla– entonces se trata directamente de una turba o, dicho sea al estilo Sumar, de un somatén primorriverista. No hay quien les gane en hacerse las víctimas y recurrir –es lo que tiene la falta de ideas– al viejo comodín de la ultraderecha. A todas las manifestaciones del mundo van políticos que pretenden obtener réditos electorales. Los socialistas lo han hecho durante décadas. ¿Quién rodeaba la sede del PP en Granada hace veinte años por la guerra de Irak? ¿Fuenteovejuna? Quienes dicen representar a las masas emancipadas –“hermana, yo sí te creo”– se sienten ahora amedrentados por ellas. Es curioso.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.