Acostumbra a decirse que las elecciones locales son el mejor termómetro para medir la sensibilidad política de un país. Esta singular teoría procede de las famosas elecciones de 1931, cuando la España recién salida de la dictadura de Primo de Rivera se acostó monárquica y se levantó tan republicana que, sin esperar a unos comicios generales, sus partidarios proclamaron de facto el nuevo régimen político al tiempo que Alfonso XIII pronunciaba aquella frase para la posteridad: “Parece que no tengo el amor de mi pueblo”. Le quedaba, por supuesto, su fortuna (que era la nuestra) y un egregio exilio que certificó el final de la Restauración. No es previsible que los inminentes comicios municipales, autonómicos –en doce territorios– y europeos vayan a emular este precedente. Su trascendencia, más allá de lo estrictamente local, es más discreta: confirmar si las mayorías salidas del 28A se mantienen o, por el contrario, se mueven en otra dirección.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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