La Sevilla oficial es célebre, dentro del estricto recinto de su particular muralla mental, por los debates recurrentes, cíclicos y previsibles. Probablemente sea porque, por lo general, se trata de discusiones estériles: tras ellas nunca hay que alterar nada. Sólo sirven para ese onanismo indígena que consiste en remarcar mucho una posición personal (que todos conocemos ya de antemano) o reivindicar la identidad ofendida que los ayatolás nos presentan como si fuera un patrimonio colectivo, siendo en realidad una patología privada. Es así. Hay gente que necesita que sus vidas, lo cual incluye sus traumas, se conviertan en dogmas trascendentes.
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