Una de las patologías –históricas– más recurrentes de la política española, salvo escasos paréntesis puntuales, es la obsesión de mirar hacia atrás. Al pretérito. En ocasiones se debe al eterno –e interesado– problema identitario, ese ritornello en forma de interrogación: ¿quiénes diablos somos? En otros casos es un pretexto útil para olvidarse de nuestro presente, imperfecto y desigual, amparándose en hechos sobre los que ahora vivimos no tuvimos jurisdicción alguna. El Gobierno en funciones de Sánchez I se dispone a desenterrar y trasladar al Pardo los restos de Franco, el último dictador de las Españas –porque sobre todas ellas ejerció su dominio sangriento, en connivencia directa con las élites territoriales del momento– del Valle de los Caídos, ese monumento totalitario, tan inútil como pretencioso.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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