Hay que admitirlo: la infamia (categórica) de la amnistía y sus mentiras asociadas tienen una indudable virtud sociológica. Permiten establecer con exactitud el grado de degradación moral en el que se encuentran instaladas –desde hace ya tiempo– las izquierdas indígenas. No tiene límites ni contorno. El silencio de unos –los sumados– y la nerviosa vehemencia, cuando no la rendición, de los otros –antaño socialistas; ahora consentidores– evidencia la farsa colosal de quienes, en buena medida, construyeron el discurso de la Santa Autonomía a partir de la industria del agravio, y cuyos únicos beneficiarios han sido ellos mismos (y sus famiglias). En las últimas cuatro décadas, la Marisma no ha salido de la postración (relativa), aunque todos ellos, hasta diciembre de 2018, vivieran como los monarcas de un reino feudal. Igual que las colonias , que no mejoran su estado por tener un virrey de la metrópoli en lugar de un soberano (sin soberanía) natural de la tierra. El progreso social no consiste en sustituir a una élite por otra, que es lo que hizo el PSOE y ahora prolonga el Gran Laurel. Es ayudar a que una sociedad cuestione sus dogmas, inculturas y hábitos para conquistar la libertad de criterio. Un salto que, para que sea pacífico y también irreversible, requiere reformas y ejemplaridad.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.