Inmerso en el humo espeso de sus puros, y tras escuchar las convulsas historias que salían de su diván cubierto de terciopelo y alfombras, Sigmund Freud explicaba que los seres humanos inventamos nuestro linaje del mismo modo que los escritores crean a sus antecesores: por una cuestión de supervivencia. No es tarea fácil. Los neuróticos fracasan en el intento. Y quienes consiguen culminar el proceso creen -de forma ingenua- que han superado los interrogantes de la existencia. En política sucede algo similar: quien camina por libre termina ajusticiado por la horda circundante; en cambio, los que son incapaces de hacer autocrítica se camuflan en la tribu para reforzar una identidad que explica su presencia en la cúspide, pero no arregla nada. Es lo que la Querida Presidenta, que se ha bautizado esta semana a sí misma como «la ayudante», ha hecho al definir al PSOE como «una gran familia», profundizando así en uno de los rasgos del peronismo rociero: los individuos no existen, lo único trascendente es la grey que camina a través de las arenas hacia la Tierra Prometida de la marisma.
Las Crónicas Indígenas del viernes en El Mundo.
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