El Romanticismo tiene demasiada buena prensa. La gran revolución de la historia cultural de la humanidad, el único movimiento artístico capaz de cuestionar el canon clásico y sustituirlo por una supuesta alternativa, germen de la estirpe de sucesivas rupturas que caracterizarían eso que todavía llamamos la modernidad, consiguió no sólo acelerar el tiempo del arte, que hasta entonces tenía el paso cauto de un perfecto paquidermo, sino que ha dejado en nuestro subconsciente la más que discutible idea de que lo artístico es un universo aparte, mayormente trascendente, desligado de la vida vulgar. Se evidencia cuando se va a un museo o se lee un libro canónico: el espectador (o el lector) se aproxima a la obra (sea un cuadro o una novela) con la idea de que el objeto que contempla y descifra es un artefacto sagrado, un misal que antes ha tocado un santo, la réplica de una reliquia divina. Nada más incierto.
Las Disidencias del domingo en Letra Global
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