Un solsticio con mucho sol, calor y posibles difuntos (políticos). Así se presenta para el PSOE en Andalucía, la federación con más militantes de la organización y, hasta hace siete años también la más influyente, el inminente verano. Junio, cuarto mes de las calendas romanas y sexto del calendario cristiano, ha supuesto para los socialistas meridionales la consumación de la profecía que auguró que su crisis de identidad no es circunstancial, sino un final de época. La Historia enseña que ningún imperio es eterno, pero la debacle del PSOE en su granero electoral más tradicional ha convertido, en apenas un lustro, todo el oro y la plata en barro.
Los resultados del 9J han provocado un terremoto en el seno del partido, donde se pide la cabeza de Juan Espadas, delegado de Ferraz y portavoz de los socialistas en el Senado. El malestar, que algunos susánidas –partidarios de la expresidenta Susana Díaz– y los habituales apocalípticos (durante décadas integrados en las filas del chavismo y el griñanismo) está más que justificado, aunque la responsabilidad del deterioro social y político de los socialistas andaluces no tiene un único padre. Se trata de una cuestión de familia, donde absolutamente todos –aunque cada uno a su manera– han contribuido de forma activa.
Espadas, administrador en Andalucía de los deseos de Ferraz, es, desde luego, la encarnación de esta decadencia, pero no su único causante.
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