La literatura es un arte que consiste en contar cuentos. En principio no importa en exceso si se trata de historias reales (no ficción) o de fábulas (ficción). Lo que sí es obligado en ambos casos es que su narración cumpla la máxima de la verosimilitud, que los italianos resumieron mejor que nadie: “Se non è vero, è ben trovato”. La frase, que hizo fortuna, se atribuye a Giordano Bruno, que la deslizó en De gli Eroici Furori (1585), un tratado sobre el arrebato amoroso, escrito combinando la prosa con el verso, donde se analiza este asunto –siempre de rabiosa actual– desde su variante más carnal a la platónica, y del que existe una estupenda traducción en Siruela. Entre los cuentos literarios primigenios figuran, por supuesto, las historias de los héroes de la antigüedad clásica. A todos nos han dicho en la infancia que hubo un tiempo en el que existían personajes capaces de acometer hazañas y cambiar el curso de su destino. Crecimos pensando que se trataba de un hecho indudable. Incluso pensamos que quizás podríamos llegar a ser como ellos, aunque al madurar descubrimos que sólo eran cuentos para dormir a los niños que fuimos. Ese día exacto comenzó para nosotros la vejez, aunque –si hay suerte– aún tardará décadas en llegar.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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