Las definiciones vitales más exactas son aquellas que incluyen una cierta dosis de crueldad. Quizás sea porque, como escribió Lorca, “la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”. Los psicólogos describen la adolescencia como una edad de tránsito –¿acaso no lo son todas?– entre la niñez y la madurez (relativa). Un periodo que, desde el punto de vista teórico, vendría a durar casi una década. Durante este tiempo los hijos se distancian anímicamente de sus padres para empezar a ser ellos mismos. Sustituyen a sus progenitores –sin excesiva piedad– por sus iguales, en los que buscan, a veces desesperadamente, un cierto grado de integración y aceptación social. La familia se transforma entonces en una prisión metafórica. Y hacerse mayor se convierte en la fuga de un Alcatraz que, una vez cumplidos los lustros necesarios y salvadas las décadas aún no vividas, terminaremos irremediablemente echando de menos. Es ley de vida.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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