La gente con buenas intenciones es un peligro público. Sobre todo si ha superado con holgura la barrera de los sesenta y cinco años, ese non plus ultra. Lo escribió Dylan: “Satán, a veces, se presenta como un hombre de paz”. Suele ocurrir, sobre todo, en los ejercicios espirituales de inspiración franciscana, que continúan siendo una forma de hacer política, aunque ahora se llamen encuentros de la sociedad civil. Lo comprobamos, décadas después de huir del dogma de la cruz y la confesión obligatoria, en el Palau Macaya de Barcelona, donde este fin de semana nos reunimos –gracias a la generosa invitación de los organizadores– ciudadanos de Andalucía y Cataluña, incluidos también los apátridas de ambas autonomías, para cambiar impresiones (esto es: reproches con sonrisas) sobre cómo encauzar el conflicto virtual que, con el mismo poder que las ficciones de Borges (Tlön, Uqbar y Orbis Tertius), condiciona la realidad política española.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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