El eterno conflicto territorial que condiciona la política española desde hace dos siglos largos es una extraña forma de inversión del tiempo. El Antiguo Régimen intenta resucitar de nuevo, camuflado bajo las aspiraciones de los nacionalismos. La Ilustración, en cambio, trata de mantenerse a flote reivindicando la legitimidad de los viejos principios liberales, que dicen que lo trascendente –en la política y en la vida– es el hombre, no la tribu. España tiene una anomalía: no parece capaz de escapar del marco mental del siglo XIX. Seguimos atrapados en el tiempo lejano de nuestros bisabuelos. La Santa Transición es una variante tardía de la Restauración; y la discusión que contrapone la unidad con la demagogia de los secesionistas parece la réplica de las guerras ideológicas –e interesadas, pues cualquier ideología reclama su propio interés– entre liberales, absolutistas y federalistas republicanos. Los actores han cambiado, por supuesto, pero la combinatoria es básicamente la misma.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal
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