Ya va siendo hora de enfrentarnos a la verdad: el modelo autonómico español, que fue una concesión política (en buena medida innecesaria) para hacer verosímil el gran teatro de la Transición, un modelo sustentado en la Corona, el bipartidismo y la sobrevaloración electoral de los nacionalismos, es la causa última de la pesadilla –burocrática, política y social– que padecemos desde hace cuatro décadas. Acostumbra a decirse que este marco político, fruto del pacto (con significativas renuncias), está detrás del origen de la mayor época de prosperidad (económica; en materia social habría bastante que discutir) de nuestra historia reciente. Este argumento obvia la estación término del proceso: el colapso de la crisis de 2010, con los consiguientes quebrantos para la población más desfavorecida, el intenso empobrecimiento de las clases medias y la resurrección de tensiones políticas (en buena medida atávicas) que creíamos resueltas. Hace falta proyectar la foto completa de España –incluyendo la faz del país durante la última década– para ser justos (en lugar de interesados) a la hora de emitir juicios. Los padres fundadores, a los que llevan dibujándonos como santos en vida desde hace cuatro decenios, quizás tuvieran la mejor de las intenciones, pero lo cierto es que su modelo requiere una reforma sustancial. Ni admite más parches ni puede quedarse como está.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
Deja una respuesta