La creencia más común sostiene que el tiempo, ese concepto abstracto que está encarnado en nosotros, los que (todavía) estamos vivos, porque los muertos lo son porque para ellos ha dejado de regir esta misma convención, fluye desde el pretérito en dirección al porvenir. Según la física moderna, sin embargo, la hipótesis contraria –el retroceso temporal, derivado de la noción isotópica del devenir– no carece de lógica desde el punto de vista teórico, lo que la convierte en un supuesto perfectamente verosímil, aunque todavía sea inverificable. En teoría, todos podríamos volver a nacer otra vez, aunque no sepamos exactamente cómo hacerlo. Borges, a quien siempre le obsesionó este torbellino de los días y las horas, que es lo que intentamos medir con los calendarios, pensaba que en realidad el tiempo, lejos de ser una condena y un cáncer que nos devora, como escribió Henry Miller, es “la dádiva de la eternidad”. La frase está inspirada en William Blake, según el cual la eternidad, que es de donde venimos y hacia donde nos dirigimos, es quien nos regalaría esta experiencia de sentirnos vivos y recordar a quienes nos precedieron a través de los homenajes y la memoria.
Los Aguafuertes en Crónica Global.