Sevilla tiene un problema grave con su pretérito. Una buena parte de sus habitantes lo desconocen y otra, entre los que se encuentran nuestros queridísimos costumbristas, maestros del trampantojo cotidiano, se lo inventan. Resultado: se considera patrimonio cosas que no lo son y, al mismo tiempo, se destruye la herencia que explica lo que fuimos. Hay algo aún peor: entre las correspondientes banderías -cuyos soldados tienen la aspiración de llegar a académicos sin méritos- nadie se preocupa ni de lo que somos ni de lo que deberíamos ser.
La Noria del miércoles en elmundo.es.
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