Napoleón describió una vez el arte de dominar a los hombres con una crudeza pasmosa: un jefe –decía– es un mercader de esperanza. Nada más. Nada menos. De donde se deduce que, sin una gestión inteligente de los anhelos ajenos, sean individuales o comunales, es imposible construir un liderazgo que perdure en el tiempo. La política, por decirlo en romance, consiste en la imposición de la fuerza –mediante las armas o la guerra– o, como está establecido en las democracias occidentales, a través de una mayoría que se expresa con el voto directo o delegado. En este segundo caso, la capitanía de gentes debe ser objeto de constante transacción. No conviene llamarse a engaño: los carismas pueden ser adquiridos en el mercado público –otra cuestión es su precio– en función de la venta al por mayor de promesas, privilegios, beneficios o canonjías. Esta mecánica es la primera cosa que aprenden los políticos en ejercicio, desde el más grande al más diminuto.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.