No existe nada más egoísta que el corporativismo, que es una forma de nacionalismo difuso cuya falsa patria es el oficio, ese entretenimiento que unos tienen para cobrar todos los meses y otros necesitamos ejercer –a duras penas– para sobrevivir. Decía G.K. Chesterton, al que como escritor católico deberíamos hacer más caso, que en determinadas sociedades la cirugía y la tortura apenas se distinguen por una leve diferencia de grado. Lo mismo sucede en esta legislatura incierta, la primera del unipartidismo bifronte: para unos decidir si los empleados públicos, a los que deseamos todos los parabienes de los que nosotros carecemos, deben ganar más o no es una cuestión de Estado; para otros, el asunto resulta absolutamente demencial.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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