Si en algún momento alguien pensó que la democracia española, que siempre ha sido un régimen de partidos más que el gobierno que los propios ciudadanos (libres e iguales) se otorgan a sí mismos, podía ser capaz algún día de conjurar su costumbre ancestral de confundir lo particular con el interés general, obviando la distinción entre la vida pública y la privada, cabría recordarle lo mismo que al Dante tras cruzar las puertas del Infierno: “Abandonad toda esperanza”. Esta legislatura, que comenzó gracias a la transacción (mercantil) entre la investidura de Sánchez y la amnistía catalana, va sucediéndose, ya veremos hasta cuándo, bajo la forma de una guerra de alta intensidad retórica y baja moral. A un lado, el Ejecutivo, con sede en la Moncloa; en el otro, las capitanías territoriales de Génova. En ambas orillas cualquier atisbo de buena fe, que es la religión de las instituciones, ha desaparecido.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.