Las conjuras no se anuncian: se ejecutan. Nos lo ha enseñado la historia. Y lo escribió para la posteridad -en verso estricto- William Shakespeare. Como Ella no parece haber leído mucho al bardo de Stratford-upon-Avon, a pesar de sus profundas debilidades líricas, confesadas en sus primeras hagiografías en papel volandero, después de un año y medio -el tiempo que lleva Sánchez en Ferraz- el asalto al poder que parecía inminente empieza a dilatarse en demasía; y lo que se daba por seguro se ha vuelto hipotético. Pésimo síntoma. En una guerra a muerte el ejército no puede permitirse el lujo de pensar antes de entrar en batalla. Si duda, no ataca; y, si no ataca, pierde de antemano.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
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