La muerte tiene una forma de asesinar(nos) que guarda una coherencia asombrosa con lo que somos, o con aquello que los demás creen que deberíamos ser. El Reino Unido acaba de perder a Isabel II tras setenta años de reinado y, antes de que los restos de Her Majesty hayan recibido sepultura protestante, un sobresalto de media tarde –¡malditos domingos!– trae, frío como un pedazo de hielo, el temprano deceso de Javier Marías (1951-2022), probablemente el mejor novelista en español del último medio siglo. El escritor madrileño, intenso fumador prematuro, ha pasado a la otra vida, si es que existe, debido a las complicaciones de una neumonía bilateral causada por coronavirus. ¿Se ha marchado para siempre? Depende de cómo se mire. Su cuerpo, esa materialidad distante y rebelde, sin duda. Que lo haya hecho también el alma –aunque en su caso deberíamos hablar en plural: almas– es, sin embargo, cosa más dudosa, porque la voz (narrativa) de Marías continuará reverberando durante muchísimo tiempo en las fábulas de sus libros y, para los recién llegados que sólo lean en el móvil, en sus artículos de prensa, que, como debe suceder cuando uno ejerce una verdadera libertad de criterio, irritaban sobre todo a quienes los publicaban.
Las Disidencias en Letra Global.
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