Nunca llueve a gusto de todos –como dice el sabio refrán– y en la Marisma, antaño humedal y ahora un desierto que avanza, no llueve en absoluto. El verano en la Baja Andalucía comienza ya en abril y se prolonga durante nueve largos meses. Los campos están yermos y las ciudades indígenas lucen polvorientas. Una vez, hace mucho tiempo, tuvimos una república de clima templado y mediterráneo. Ahora somos la estación subtropical de un nuevo Equinoccio que asciende en dirección Norte. El augurio mismo de una de las famosas plagas bíblicas. Antes de que los devotos saquen en procesión a sus vírgenes milagrosas para rogar la lluvia y los obispos demanden al cielo, azul e inmisericorde, una tempestad que no llega, conviene, más allá del affaire Doñana, donde el Quirinale ha conocido su primera derrota en un lustro, dejar de obsesionarse con el árbol y comenzar a atisbar las dimensiones completas del bosque.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.