Hay libros de otra época que certifican, simplemente mediante su existencia, los crueles efectos del paso del tiempo. En contra de lo que muchos postulan, no siempre es para mejor. Entre otras razones porque la celada de las horas, que siempre nos amenaza, es irremediable. Uno de estos títulos es Orient-Express. El tren de Europa (Acantilado), unas memorias personales que Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), escritor cosmopolita, judío pelirrojo, perito en vinos, hombre culto y civilizadísimo, enamorado de la Europa de entreguerras, ha construido como un jalón más de su asombrosa y sucesiva literatura sensorial, que es aquella que, frente a la parquedad de estilo que tanto se estila (la redundancia es expresiva), opta por poner en escena, igual que en una ópera galante, todo aquello, imperfecto y hermoso, que una vez existió y que el calendario ha arrasado. Por supuesto, este tipo de libros se sustenta en la amplificación verbal –de hechos, instantes, situaciones, historias– y en la práctica de la nostalgia como una más de las bellas artes, pero dada la pobreza de algunas obras que hoy se dan a la imprenta, constituye una maravillosa anomalía. Una flor extraña.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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