Lo descubrimos tarde y casi siempre con sorpresa. La muerte, tan temida, es un asunto esencialmente prosaico. Vulgar. Nos pasamos toda la vida cavilando sobre su trascendencia, imaginándonosla como un gran misterio, amplificando lo que tiene de irremediable y, cuando llega, con su inconsciencia blanca, apenas si se manifiesta. Pasa como un suspiro o un silencio sostenido. Como un tiempo exacto que se detiene para siempre. Un non plus ultra sin épica, ni versos, ni música. Quien la probó (en la figura de los demás) lo sabe: morirse es una mala costumbre y, como tal, acontece igual que un instante perdido en el calendario, sin hacer excesivo ruido, pero emitiendo al mismo tiempo un silente grito prehistórico. De este descubrimiento versa No entres dócilmente en esa noche quieta (Seix Barral), las memorias que el escritor Ricardo Menéndez Salmón ha escrito –en su madurez– sobre su relación como hijo con su padre, que es, en el fondo una descripción particular, pero también universal, de los sentimientos que quien sobrevive siente por aquellos que antes habitaban entre nosotros, aquellos que durante décadas fueron nosotros sin serlo por completo. Una historia triste sobre esas ambiguas relaciones entre un progenitor concreto y su descendencia.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
Deja una respuesta