Entre el gremio de los periodistas, especie faunesca donde las haya, existen personajes de toda laya y condición. En general, casi todos somos, en mayor o menor medida, un poco diletantes –aunque todavía existan quienes se pongan estupendos y digan que este oficio es una ciencia– y nos dividimos, grosso modo, al menos en la insigne tradición ibérica, entre los que llegamos a los periódicos buscando un sitio donde escribir (soñando con hacer alta literatura prosaica) y quienes se aposentaron en las gacetillas para medrar en política, buscar relaciones, tejer alianzas, participar en conspiraciones y, como decía Umbral –“algo hay que hacer, coño”–, ser alguien. Salir del anonimato, ese espejismo de todos los comienzos, no equivale sin embargo a alcanzar el éxito. Tampoco lo es ser tenido en cuenta por las filias o las fobias partidarias. La idea del triunfo dominante entre los periodistas es una cosa harto difusa y, casi siempre, personalísima.
Las Disidencias en The Objective.