“No existe el idealismo. El mar es el mar. El viejo es un viejo. El chico es un chico y el pez es un pez. Todo ese maldito simbolismo del que habla la gente no es más que una tontería”. Ernest Hemingway, maestro absoluto de la elipsis narrativa, describía de esta forma el ánimo con el que un escritor debería enfrentarse a la escritura. Lo hacía en una carta dirigida en 1952 a Bernard Berenson, un astuto lituano, experto en arte, que se hizo rico vendiéndole cuadros supuestamente renacentistas a los patricios de la alta sociedad norteamericana. Lo que según el autor de Adiós a las armas valía para la literatura –los mejores libros son aquellos que logran convertir la ficción en la única realidad– rige también para la política española, anclada en la guerra (sin cuartel) de una legislatura donde la polarización entre las derechas y las izquierdas viaja sin cesar desde Madrid hacia la periferia y viceversa. El azúcar, según los médicos, es un dulce veneno que, en determinadas dosis, perjudica a la salud. Cabe decir exactamente mismo de la política meridional, que desde hace un lustro viene girando alrededor de un astro –Juan Manuel Moreno Bonilla– cuyo resplandor empieza gastar el espejo en el que se refleja.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.