“El narcisismo basado en las pequeñas diferencias responde a una obsesión por diferenciarse de aquello que es más familiar y parecido”. La frase de Sigmund Freud explica a la perfección el ritornello del debate territorial, donde la insistente enunciación (política) de las diferencias culturales –léase la teoría de la España plurinacional–, no siempre viene acompañada de un sustento fáctico y concreto. ¿Somos tan diferentes? ¿O acaso es que la diversidad española, que no tendría que ser un hecho conflictivo, se ha convertido en una industria (partidaria)?
El compromiso de la Moncloa de hacer públicas las balanzas fiscales –un instrumento que mide la relación entre los impuestos y la inversión estatal en clave territorial–, forzada tras el acuerdo de investidura con Junts y ERC, va a servir para desvelar el trasfondo (oscuro) de esta controvertida cuestión. El debate acerca de este asunto, hasta ahora evitado por los socialistas, que siempre se han resistido a hacer públicos estos datos oficiales, sobre los que además no existe ningún criterio consensuado de cálculo, se presume bastante tormentoso y derivará en una constelación de sucesivos agravios estadísticos.
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