Una negociación política es igual que una obra de teatro. Dentro de la sala de conversaciones, donde se sitúa la tramoya, se consuma una función; de puertas afuera, en el escenario, sucede otra distinta. Rara vez coinciden. No está todavía claro si las negociaciones entre el PSOE y ERC para acordar la investidura de Pedro I, el Insomne, tendrán al final la forma de una comedia o de una tragedia, pero lo que resulta indudable a estas alturas es que los primeros actos responden –con milagrosa exactitud– al género deformante de la farsa que, a diferencia de la comedia estricta, persigue un afán diferente a la risa benéfica. La comedia, según los tratadistas literarios clásicos, maneja los vicios humanos de forma que éstos nos parezcan soportables dentro de un determinado marco social. La farsa, en cambio, usa el humor como un instrumento para poner de manifiesto una verdad incómoda y, con frecuencia, vergonzosa. Es justo el caso del denominado diálogo entre los socialistas (catalanes) y los independentistas de ERC, actores esenciales en el desafío a la democracia española que supuso el procés. El PSC, que hace tiempo que perdió el oremus, y cuya política de pavo frío en Cataluña ni le ha dado poder institucional ni una relevancia social creciente, ha perdido en su último congreso una ocasión de oro para posicionarse como una alternativa constitucional firme ante todo lo que simboliza el nacionalismo.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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