El término es ancestral, pero su significado nunca deja de ser contemporáneo. Es lo propio de los conceptos universales: son ecuménicos. Los antiguos griegos denominaban katastrophe al suceso, en general inesperado, que produce daño, destrucción y quebranto. La palabra se usaba también para expresar lo que ahora conocemos como desencanto: la intensa sensación de tristeza lánguida que provoca el derrumbe súbito de toda esperanza, el deterioro de las propias expectativas, la pertinaz melancolía estéril de los sueños imposibles. No cabe duda de que estamos inmersos en este trance: una espiral de calamidades sucesivas –el rasgo que identifica esta nueva era Covid–, además de la pandemia y el deterioro de la economía, las muertes y los contagios, nos planta delante de las narices la posibilidad de una guerra (ya veremos si real o posmoderna) entre Rusia y eso que in illo tempore se llamaba Occidente. Vivimos un giro dramático, similar al desenlace de una tragedia primitiva, como si a lo largo de todos estos siglos no hubiéramos salido de la escena de un teatro: todo parecía normal hasta que, de pronto, la calamidad irrumpió en escena provocando una estela de asombro.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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