Antonio de Guevara fue nuestro mejor ensayista renacentista. A pesar de su extraordinario sentido de la imaginación para las citas, y del tono doctrinal que solía dar a sus doctos libros de consejos para los príncipes, enseñaba una verdad suprema: que la vanidad era una madre cuyos hijos, no contentos con ser vanos durante toda su existencia, procuraban tras su desaparición que sus propias vanidades les sobrevivieran. No hay nada más eterno que el afán de algunos por pasar a la historia. Nos acordamos de la frase al calor de las noticias sobre el nombramiento express de Monteseirín como subdirector del servicio de inspección médica del SAS tras el retorno -¿voluntario?- de su dorado exilio madrileño.
La Noria del sábado en El Mundo.
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