La verdad de un escritor está en sus libros. Incluidos aquellos en los que, con la prerrogativa que otorga el arte de la ficción, miente, disimula, embellece o matiza su existencia. Todos los recursos de la enunciación retórica –que eso, en definitiva, es la literatura– no son suficientes para impedir que en algún momento la identidad de quien escribe salga a la luz a pesar de los camuflajes inherentes al oficio. En el caso de George Orwell esta norma es quizás aún más exacta. Aunque conviene comenzar con una advertencia para navegantes: el escritor británico no es ajeno al arte de la simulación. Baste reparar en que su nombre no era su nombre, sino un seudónimo inventado a partir de un juego de palabras que vincula al patrón oficial de Gran Bretaña –Saint George– con un río –el Orwell– que desemboca en el Mar del Norte. Eric Arthur Blair empezó su carrera literaria con una mentira que terminaría siendo verdad.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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