El azar, maestro consumado de la ironía, quiso que ayer coincidieran la presentación de los presupuestos (ficticios) de la República Indígena, que desde el Quirinale se venden como los más generosos de la historia en el ámbito sanitario –14.246 millones (30%)–, con un informe del gremio de los médicos de Atención Primaria donde se sostiene que “no faltan médicos”, sino que “sobran pacientes”. No sabemos si tal afirmación implica que a los galenos, que desean ganar más trabajando menos, y que pretenden declararse independentistas de la salud (ajena), limitar su agenda –al margen de las necesidades sociales– y facturar aparte su obligación legal de atender los cupos de enfermos derivados de las vacantes (sean por bajas justificadas o ausencias fenicias) les molestan mucho los ciudadanos o, acaso, se sienten tan por encima del bien y del mal que confunden su propia comodidad con la salud pública. Es un misterio irresoluble, dado que nadie –como todos sabemos– dice la verdad. Parece evidente que si las listas de espera quirúrgicas crecen en Andalucía tres veces más rápido que en España, superando los seis meses de espera, y la cola para lograr el diagnóstico de un especialista suma más de 881.000 pacientes, el dinero que San Telmo promociona con tanto entusiasmo no está sirviendo para mejorar el sistema público de salud, que ha dejado de servir a las personas para convertirse, igual que el resto de la Junta, en un mundo paralelo donde la eficacia no se mide en términos sociales, sino gremiales. Las mareas blancas han vuelto a la calle.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.