Desde que algunos aristócratas y ciertos plebeyos de la prensa de Madrid han decidido bajar de la Meseta a la Marisma en busca de dinero (público), la imagen exterior del Gran Laurel ha mejorado mucho, hasta convertirse en uno de los asuntos favoritos de los tertulianos de parte –que son casi todos– y materia (recurrente) de unos extraordinarios, por exagerados, contenidos patrocinados que cantan las superlativas virtudes de su figura personal y los históricos logros de su gobierno. ¿A qué esperan para erigirle una estatua? Es tal la saturación de elogios que haría empalidecer la tarea de cualquier pregonero (profesional) delante de un atril, aunque exista quien aspire a combinar sin esquizofrenia ambas funciones, pensando que entre cantar a una imagen religiosa o a un prócer terrestre no existe excesiva diferencia, aunque la primera sea una veneración popular y la otra una salve pensionada.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.