Cataluña ha dejado de ser una democracia para convertirse en un esperpento asambleario. Asombrosamente, semejante gesta, que la devuelve a un rincón pretérito de la historia, se ha consumado votando una consulta ilegal en urnas de plástico donde los votos ya venían dentro, preparados desde casa, igual que los bocadillos para el fútbol; con un censo tan universal que en él faltaban los nombres de los únicos validados para decidir, que somos todos los españoles, y con el beneplácito activo de una policía política –los Mossos– que se ha pasado por el forro la ley sancionada, la única fuente de su legitimidad. Más que triste, como dicen algunas almas cándidas, el 1-O ha sido bastante instructivo. España camina directa hacia su precipicio definitivo: tiene una Constitución que, después de ser mancillada durante años por sus propios padres, ahora es pisoteada en las calles con entusiasmo de horda.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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