Van ustedes a disculparnos, queridos indígenas, si hoy nos ponemos ácidos, pero el ensayo general del desconfinamiento que tuvo lugar ayer, con los niños, nos induce a despedirnos definitivamente de la escasísima confianza que –lo reconocemos– teníamos en la condición humana y, más en concreto, en esa institución, nunca suficientemente elogiada, flor de bondades infinitas, que es la familia, clave de bóveda del sistema social que nos acoge a todos and all these stuff. Lo decimos así, sin anestesia, porque la primera escapada tolerada –repárese en la rima natural– de la cárcel del hogar, ese hábitat donde uno aprende lo mejor y lo peor de la vida, ha sido un absoluto fracaso (en términos cívicos), aunque para la sentimentalidad a flor de piel de los progenitores –un equipo en el que no militamos– parezca un oasis tras más de cuarenta días de encierro durante los cuales muchos están engordando, una mayoría disfruta del insomnio y los realmente afortunados están conociendo las secretas maravillas de la misantropía, religión que nosotros ya profesábamos con indudable entusiasmo.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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