Uno de los gestos más evidentes de coquetería masculina, esa costumbre que aumenta a medida que los años menguan, es usar sombrero. El otro consiste en comenzar a preocuparse por esa ficción que denominamos posteridad: la huella que, acaso, dejaremos en aquellos que no han llegado a conocernos en persona. Ambos hechos muestran, al mismo tiempo, fortaleza e inseguridad. El primero porque aquel que piensa en su propio (non) plus ultra cree, con más o menos intensidad, que su persona merecería ser recordada y convertirse en perdurable; el segundo porque, en vez de que de dejar que el azar dicte el recuerdo, inevitablemente ambiciona controlar e imponer una determinada máscara. Cabe decir que quien dedica tiempo a estas cuestiones desearía ser inmortal, a pesar de la condena universal de la especie. ¿Puede condenarse a alguien por semejante anhelo? Diríamos que no: el narcisismo estéril más bien nos parece digno de ternura, aunque sostenido durante años pueda ser un vicio insufrible.
Las Disidencias en Letra Global.
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