Los desastres, en la vida, a veces comienzan con un corte de pelo o un cambio de imagen. En política esta ley se concreta en el nombre de las organizaciones electorales. Si cambian su denominación en exceso, es que las cosas no van nada bien. Basta ver las veces que Podemos ha modificado su nombre original, cuando perseguían aquel lejano asalto a los cielos (en dos días), para llegar a la conclusión de que su crisis de identidad, su ausencia de destino, quizás comenzase siendo meramente un hecho circunstancial, pero ha terminado, tras el último y agotador ciclo electoral, convirtiéndose en estructural. Tiene además todas las cartas de la baraja para terminar siendo perpetua. Es lo que sucede cuando el pragmatismo –léase el interés inmediato– arrastra las ideas hacia el precipicio o destroza las convicciones íntimas. Todo se esfuma, especialmente los sueños.
Los Aguafuertes de Crónica Global.
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