No es ningún secreto: los partidos absolutistas derivan en tiranías o se convierten en reinos de taifas. O ambas cosas. Parece ser el caso de Podemos, cuya irrupción en el mapa político fue tan deslumbrante como conflictiva está siendo su evolución. Los nuevos jacobinos que decían encarnar aquel espíritu de rebeldía juvenil del 15M no sólo han perdido encanto. También el gran activo que aportaban al mapa parlamentario: su conexión con la calle. Fue entrar en las instituciones con la impaciencia característica de quienes se consideran elegidos por un Dios benefactor e irse todo a tomar viento. Desde entonces replican el patrón de la partitocracia: eliminación, destitución o marginación del disidente, razzias, ajustes de cuentas, personalismos crecientes, caprichos, enrocamientos sobre un único eje –que al final se rompe–, enquistamiento ideológico, fragmentación territorial y, de postre, la casona en Galapagar.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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