Ganó todos los premios, formó parte de los más selectos sanedrines culturales, tuvo relación con los grandes nombres de la literatura (en catalán) de su tiempo, practicó la impostura (sincera) y también el mandarinato; su vida fue –en apariencia– rica y apasionante, pero nunca dejó de ser un muchacho inadaptado de Andratx. Baltasar Porcel (1937-2009) es un caso paradigmático de escritor en permanente vaivén. Empezó como dramaturgo, se convirtió más tarde en periodista autodidacta –cofrade de la industria de las ideas– y alcanzó los laureles de la vida literaria oficial, que no es exactamente lo mismo que la literatura, con sus libros, donde mitifica el mundo mediterráneo de Mallorca, describe la China maoísta o alumbra una biografía –por supuesto, autorizada– de Jordi Pujol. Todo esto sin dejar de componer homilías para las mejores tribunas –La Vanguardia o Abc–, practicar la conspiración editorial o dejarse querer (mucho) por el catalanismo, que hizo de su figura un símbolo más del proyecto identitario de una Cataluña que decidió ignorar a la otra media.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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