Entre los sabios consejos y doctas prevenciones que Juan de Mairena, maestro de gimnasia y perito en retórica, daba en clase a sus alumnos, el ficticio profesor (sevillano) creado por el ingenio del poeta Antonio Machado, cuya sabiduría compite con la que Cervantes muestra en las pragmáticas del Quijote a Sancho Panza, gobernador in fieri de la ínsula Barataria, se incluye una recomendación que expresa un secreto hartazgo: “Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo. Todos queremos estar de vuelta sin haber ido a ninguna parte. Somos esencialmente paletos”. Parece imposible enunciar mejor el intenso aldeanismo de espíritu, antítesis del quijotismo universal, que lastra históricamente al paciente español. Ortega y Gasset también lo resumió –a su manera– en La redención de las provincias: “A seis kilómetros de Madrid, la influencia cultural de Madrid termina, y empieza ya, sin transición ni zona pelúcida, el labriego absoluto”. Disentimos, sin embargo, en un punto con el maestro en el erial: la capital de España no es ninguna excepción a esta regla. Más bien es el teatro de su evidencia.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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