En términos abstractos existen dos formas diferentes de calibrar el tiempo. Una es la circular, que presupone que el final de un proceso es, en realidad, el principio de otro análogo, tras el cual se inaugura un periodo gemelo que termina en un desenlace que, a su vez, es otra forma de comienzo. En esta rueda eterna –todo lo que sucede, se repite– creyeron durante siglos las civilizaciones antiguas, que leían el flujo vital y los cambios de las estaciones como el mapa natural de un movimiento sin descanso. No existirían por tanto más que un principio y un fin. Entre medias todo serían falsos ocasos y renacimientos sucesivos, igual que ocurre con los fenómenos naturales, fieles a una pauta y consignados en los primitivos calendarios. En oposición al circular está el tiempo lineal, que mide la materia invisible de la vida en función de la progresión de los acontecimientos.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.