El refranero, incluso en estos tiempos digitales, es una fuente inagotable de sabiduría, enunciada además con las palabras justas. “Reunión de pastores, oveja muerta”. La frase resume el resultado de los conciliábulos políticos a los que tan dados son nuestros próceres. Especialmente los del PP, que afrontan dislocados el año I de la era post-Rajoy, tan incierta como las incomprensibles profecías del nuevo registrador de Santa Pola, que acabará pasando a la historia no tanto por lo que ha hecho, sino por todo lo que ha dejado sin hacer. Una irónica manera de dejar huella.
El expresidente, que recibió el poder vicario de un Aznar que nunca entendió que los hombres no aspiran a ser marionetas, aunque simulen parecerlo para llegar allí donde ambicionan, ha abandonado la púrpura con el desprendimiento (pacífico) de quien sabe que como fedatario de la propiedad ganará más dinero que en toda su trayectoria política, incluidos los inquietantes sobres que figuran en la contabilidad B de Bárcenas. No se ha ido de forma voluntaria. Lo obligó una moción de censura, aunque en su favor hay que decir que será el primer expresidente de la democracia que no se acoge a la generosa pensión que sale de las arcas públicas o, como Alfonso Guerra, vegeta como parlamentario vitalicio hasta lograr la jubilación máxima.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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