G.K. Chesterton, infalible señor del periodismo ingenioso, tuvo la genialidad de proclamar que sólo un hombre que nada contra la corriente cuenta con la certeza –indudable– de sentirse vivo, aunque sea un instante antes de perecer. Nada tenemos que objetar: todos vivimos justo hasta el momentum catastrophicum en el que dejamos de hacerlo. Y quizás, a pesar de su naturaleza efímera, la agonía sea una de las altas cumbres de la vida, siquiera por ser la última. A tenor del ambiente con el que ha comenzado la carrera del 28M, el desenlace de la incógnita Sánchez –esa encrucijada entre supervivencia o deceso (político) en la que habita el Gran Insomne desde los comicios en Andalucía– cabe pensar que el presidente del Gobierno se encuentra en esta misma y apurada coyuntura. Todavía sigue vivo (libra una cruzada contra los sondeos, algunos de sus antiguos asesores; y hasta en contra de sus intereses, que ya sabemos que no coinciden con el bienestar general) pero acaso no demore demasiado, a lo sumo dos semestres, su posible funeral metafórico. Los electores, por supuesto, dirán. Después la matemática parlamentaria resolverá el misterio.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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