En 1918, George H. Mead (1863-1931), filósofo norteamericano y uno de los teóricos del conductismo social, publicó en una revista académica –The American Journal of Sociology– un artículo en el que advertía sobre los extraordinarios peligros de construir la cohesión social a partir de la cultura del horror, esa costumbre ancestral que consiste en congregar a los que son distintos por naturaleza –todos los sujetos– alrededor de un enemigo común. Mead creía que el intenso sentimiento de solidaridad tribal que se experimenta ante una desgracia, ese fenómeno básicamente emocional, anula el libre juicio del individuo y destruye los valores aceptados por todos, abriendo así el camino para conductas viscerales e involucionistas. En esta segunda quincena de marzo, llena de muertes, contagios, caos, enfermedad, mentiras, lágrimas y espanto hemos perdido nuestra libertad –el hecho de salir de casa es ya un delito–, muchos se han quedado (o se quedarán) sin trabajo, la vida de demasiados se ha esfumado y hasta la esperanza se ha convertido en un astro remoto. No son quebrantos menores para tan pocos días. Parecen una réplica de las plagas del antiguo Egipto. Semejante temporal de desgracias nos indica que nos encontramos en mitad de uno de esos giros de la historia en los que todo aquello que creíamos indudable se ha derrumbado y emerge, omnipotente, el vacío. La página en blanco. Otra vida que nos acerca a la muerte. El consorcio de los desamparados.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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