Cien años después de su nacimiento en un lejano día de 1919, todavía hay quien se pregunta por los motivos que hicieron que Jerome David Salinger, Jerry para los inexistentes amigos, se convirtiera en un ermitaño, un escritor mítico cuya principal singularidad consistía no en lo que publicaba, sino en lo que dejaba voluntariamente de publicar. El misterio Salinger tiene una respuesta tan obvia que ha permanecido ante nuestros ojos desde el principio: el dolor de los otros. También podríamos llamarle miedo al rechazo o experiencia de la incomprensión ajena. En su caso no se trató de una mera hipótesis, sino de un hecho cierto, aunque la leyenda lo haya disfrazado con los ropajes del hermetismo y la egolatría, esa pasión de juventud. Incluso hay quien lo justifica por sus supuestas creencias védicas. Salinger, creador de criaturas como Holden Caulfield y la familia Glass –seres que contemplan la vida adulta desde el asombro y el rechazo–, proyectó en su escasa pero extraordinaria obra literaria sus padecimientos, reformulándolos gracias a través de la ficción. Su temprano éxito –El guardián entre el centeno, su única novela conocida, se publicó en 1951, convirtiéndose desde entonces en un libro seminal para varias generaciones de lectores– no fue en realidad tal. O quizás lo fue únicamente en términos editoriales.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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