La izquierda del Antiguo Testamento, que es aquella que todavía cree que la Marisma es cosa suya, que sus opiniones (políticas) son influyentes y cuyo mayor logro (personal) ha sido alcanzar, tras una larga sucesión de canonjías presupuestarias, la pensión máxima, solía definir –in illo tempore– a la República Indígena como un territorio víctima del colonialismo interior. Ellos, por supuesto, iluminados en los setenta por la verdad del marxismo rústico, que fueron dejando en la cuneta a medida que prosperaban, vinieron a este mundo a liberarla de tan lamentable lacra. Lo hicieron cambiándole el nombre a las cosas y dejándolo todo absolutamente igual, contándole a la gente que la libertad consistía en agitar la bandera de su aldea en vez de prescindir de los trapos identitarios. ¡Una revolución colosal! Entre el caciquismo de la Restauración y el clientelismo del peronismo rociero, que ahora es una religión muerta, nunca hubo más diferencia que el nombre de los siervos y el título de los señores.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.